martes, noviembre 30

antiguedades

Mi vocación de coleccionista se revelo a una edad prematura, dilapidaba mi insignificante fortuna en adquirir bagatelas con apariencia  vetusta; libros, timbres , figuras de madera, pañuelos deslavados, apilaba todo en  los estantes y rincones de la casa. Tan enardecida afición por lo viejo disputaba con la voracidad de cierta clase de insecto de la orden de los himenópteros a los que se les conoce con el nombre de "amigos de los anticuarios" 

Conforme transcurrían los años  mi colección crecía, renuncié a  tener familia para no verme en la necesidad de vaciar las recámaras y renunciar a mis objetos. De manera recurrente dirigía mis pasos a un bazar especializado en toda clase de objetos antiguos y desde el mostrador el dependiente me dedicaba una sonrisa que reverberaba sobre el papel tapiz..

Para tentar mi codicia,  este hombre repasaba la mercancía con un trapo húmedo con el aire de quién ejecuta un placer erótico. Con ternura  enumeraba épocas y fabricantes, yo le escuchaba sin auténtico interés,  nunca fui una  erudita en el tema,  elegía las cosas por su aroma, mi sentido del olfato se abandonaba a los pulsos acres y solemnes que despiden ciertas maderas, telas , cobres.

Una tarde esta sensibilidad me condujo a lo inaudito. Al fondo de la tienda yacía recién empotrado un armario de ébano que  custodiaba  el local. Me acerqué notando una fragancia musgosa, ligeramente aliácea, acompañada de láudano, tierra, humedad  y bergamota. Exploré los recovecos, fue en uno de los bastidores dónde encontré al fantasma.

Creo que tomaba una siesta, al percibir mi presencia abrió lentamente sus ojos luminiscentes,  bastante bonitos por cierto,  se enderezó y volando en círculos ululó un poco, no me dio el tiempo suficiente para sobrecogerme, volvió a sentarse y  se cruzó de brazos aparentemente aburrido. -Es un armario notable- musité -Oh sí que lo es- contestó el vendedor. Cavilé largamente para obtener un precio razonable,  resolví ser directa y preguntar si aquel espectro venía incluido con el mueble. 

Después de mucho regatear se concretó la transacción y me hice con aquella aparición. De inmediato me percaté de lo impulsiva que fui, había deseado gastar unas cuantas bromas a los vecinos. Sin embargo el fantasma era reacio a mis instrucciones. La probabilidad de toparse con un fantasma no es reducida, menos aún la cohabitación. No obstante, la amistad entre espíritus y mortales resulta impensable, si me lo preguntan es la percepción temporal lo que nos separa. Los vivos experimentamos el transcurso del tiempo de manera operativa y analógica,  fijado por horas, estaciones y el movimiento de los astros. Los fantasmas en cambio deambulan  por la memoria , los lugares remotos y las sombras de los sucesos. Existía pues una muralla  infranqueable entre mi fantasma y yo.

Me afilié a distintas sociedades de estudio de fantasmas y fenómenos sobrenaturales, leí gruesos volúmenes de metafísica, aprendí el oficio de médium y aún así  no mejoró nuestra comunicación hasta que viví una experiencia cercana a la muerte que no vale la pena narrar aquí. De pronto el fantasma departía alegremente conmigo, durante la cena me acercaba telepáticamente los platos, subía a lo largo  del canalón para arrojar tejas a los transeúntes, perseguía con espíritu deportivo a los gatos del barrio,  en una actitud ortodoxa -que me sorprendió - se hizo de una  sábana raída y unas cadenas que hacía rechinar por las noches, formamos un círculo de lectura sobre metempsicosis pitagórica, transmigración de las almas y posesiones demoniacas. 

Nuestro entusiasmo y palpable acercamiento,, por decirlo de algún modo, desembocó en una asociación comercial llamada "Distribuidores de Ectoplasma S.A"  participamos en la industria del  entretenimiento amenizando reuniones espiritistas, fiestas del día de muertos o embrujando casonas destartaladas, más adelante levantemos censos en pueblos fantasmas y catamos bebidas espirituosas, nos divertíamos a lo grande.

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